domingo, 30 de octubre de 2011

un trabajo judio

(Final)
Tardé mucho para conciliar el sueño.  Pues muchas cosas rondaban por mi cabeza como: la manera en que debía vestirme, la forma de hablar, la hora de realizar las oraciones de aquella religión, etcétera.

Todo iba a implicar un cambio en mi personalidad; sin embargo, necesitaba cambiar, pues tenía que apoyar a mi familia y sobretodo brindarle un sustento, pues ya no podían trabajar.
Así pasé la noche, entre pensar qué hacer y cómo hacerlo.
Al día siguiente tendría que salir a buscar un trabajo, pues en aquel lugar no teníamos nada.
Me alisté con todos los accesorios y ademanes que la nueva personalidad judía tenía.


Fue entonces cuando emprendí una nueva aventura en búsqueda de un trabajo. El cual pudiera solventar los gastos de mi familia y míos, pues como había dejado la escuela, ya no podría retomarla.
Salí pensando en que esta vez todo sería diferente, que ahora  con la nueva personalidad todo me sería más fácil y sencillo.
Caminé por centros comerciales, plazas, locales y empresas. Realicé algunas entrevistas, pero ninguna con éxito a mi parecer. En todas ellas oía el típico “muchas gracias, nosotros le llamamos”.
Me sentía desesperada, llevaba casi medio día fuera de casa y sin conseguir respuesta sobre algún trabajo.
De pronto, aparecido por casualidad encontré un letrero en el frente de una oficina, el cual decía que solicitaban asistente.
Así sin pensarlo, entré a la oficina para preguntar si me podrían hacer alguna entrevista ese mismo día. Me atendió una chica muy amable. Su nombre era Sofía. Desde el inicio me inspiró mucha confianza. Me comentó que si, efectivamente el jefe de aquella oficina se encontraba dando entrevistas en ese momento y podrían atenderme.
Y aunque pretendía parecer judía, yo le pedía a Dios que por fin en esta oficina encontrara el trabajo que tanto había buscado.
En cuestión de minutos salió por la puerta un señor, aproximadamente de 30 o 35 años, cabello castaño oscuro, estatura media, con un rostro algo marcado de angustia; sin embargo no se veía del todo malo. Su nombre es Santiago. Antes de entrar Sofía me lo había comentado.
Me pidió que pasara a su oficina. 
Yo me encontraba muy nerviosa, pues no sabía qué podía ocurrir.
Lo primero que me preguntó fue: ¿qué religión profesaba?, con un tono serio y bastante determinante. Cómo si de eso dependiera el continuar con el interrogatorio. Y externando seguridad yo respondí que judía por supuesto. El rostro de Santiago se notó más tranquilo y prosiguió así la entrevista.  Tras platicar 15 minutos, acerca de actitudes, aptitudes, experiencia y conocimientos, me informó que efectivamente había conseguido el puesto de asistente en su oficina.

Ya era de noche cuando terminamos de platicar y me tenía que ir a casa de Francisco. Me despedí de los que ahí se encontraban. Sin embargo la frase de Santiago me dejó pensando todo el camino: “¡Espero que juntos podamos eliminar aquello que tanto nos estorba!” y soltó una carcajada un tanto maliciosa.



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