lunes, 21 de noviembre de 2011

Huir

(Octava entrada, final)

Sentía que me moría en ese instante. No sabía qué pasaría de ahora en adelante, si ya no estaban ellas conmigo. Lo peor pasaba por mi mente y no sabía qué hacer o dónde encontrarlas. Esa noche no dormí nada; sin embargo, ideaba un plan para dar con su paradero. Al día siguiente, en la oficina, me puse a buscar en todas las posibles direcciones de los campos de exterminio, pues probablemente se encontrarían en uno de ellos. Eran aproximadamente las diez de la noche. Salí muy tarde del trabajo, por lo mismo, ese día no pude realizar la búsqueda.
Al día siguiente me levanté muy temprano para realizar la búsqueda de mis familiares. Faltaría al trabajo, pero eso no me importaba con tal de encontrarlas.

Fui buscando campo por campo sin hallarlas. Cada que llegaba a uno me parecía verlas, pero por suerte no eran ellas. Me sentía alegre al saber que no las encontraba en aquellos lugares, pero me angustiaba más el no saber dónde podrían estar. El tiempo se iba acabando y cada minuto se me hacía más eterno al no saber nada sobre su paradero. De pronto, al llegar al noveno campo, vi una silueta que no podía confundir: era mi madre. Me quedé impactada al ver las condiciones en que se encontraban en aquel lugar. Ella estaba cerca de la malla que las separaba del exterior. Discretamente platicamos, pues tenían mucha vigilancia en aquel lugar.  Me dijo que habían matado a mi abuela, ya que por ser anciana, ella no les servía de nada. A mi madre la tenían trabajando en aquel lugar. Se dedicaba a cocinar para aquellos militares que resguardaban el lugar. Ella gozaba de ciertos privilegios en comparación con las demás mujeres, pues al tener un contacto más cercano con los militares, la resguardaban más.

No terminé de platicar con ella porque tenía que entrar a laborar; sin embargo, prometí sacarla de ahí. Regresé a casa más decepcionada. Aún no tenía nada planeado para encontrar su salida. Me sentía fatal por haberle fallado y en vez de cuidar de ella, la expuse a tal situación.  Debía idear algo para poder sacarla de ahí sin que me atraparan a mí también. Hablé con Francisco y me dijo que podía ser mi cómplice, pero sería un plan muy arriesgado y también podrían castigarlo; sin embargo, estaba dispuesto. El plan consistía en que Francisco se haría pasar por militar, pues tenía toda la facha. A base de engaños sacaría a mi madre de aquel lugar para trasladarla a otro campo de exterminio. El motivo sería conspiración con algunas mujeres de ahí, y debido a la falta de disciplina, la eliminarían.

A los dos días llevamos a cabo el plan. Sería algo arriesgado, pero por mi madre valía la pena arriesgarlo todo. Yo los esperaría en la terminal de autobuses. Cada minuto que pasaba se me hacía eterno. La angustia me estresaba cada vez más. Sin embargo, al paso de dos horas llegó Francisco con mi madre. Estaba tan feliz de tenerla a mi lado otra vez, y tan agradecida con mi amigo por rescatarla. Le agradecí tanto la ayuda a Francisco que prometí recompensarlo en cuanto pudiera. Compré unos boletos de autobús con destino a Tijuana. Empezaríamos una nueva vida y esta vez nuestro mañana sería diferente.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Un trabajo sucio

 (Final, Séptima entrada)

Salí de la oficina de Santiago para dirigirme a mi escritorio y realizar la tarea que me habían encargado.  Era una lista extensa, y en ella se encontraban demasiadas personas que no logré identificar con un simple vistazo. Me puse a buscar persona por persona en cualquier medio: redes sociales, páginas del Gobierno, internet, conocidos, etcétera.

          De pronto me encontré con que una de esas personas era mi abuela. Me quedé atónita por un instante, sin saber qué hacer. Yo tenía que brindar información acerca de mi abuela sin saber qué pasaría. Tampoco podía preguntarle directamente a Sofía, pues se  vería muy sospechoso. Omití el nombre y seguí la investigación de los demás; sin embargo, eso no se alejaba de mi mente. ¿Por qué tendría que estar mi abuela en esta investigación? Traté de postergar la investigación y simplemente entregué el trabajo sin incluir a mi abuela. Pasaron semanas así, en los que me dejaban investigar personas, y aunque no era difícil el trabajo, sí me extrañaba el realizarlas sin conocer el motivo. 

          Ya no podía más con esta pregunta y platiqué con Sofía acerca del tema. ¿Por qué nos ponían a investigar personas sin darnos algún motivo? Ella muy temerosa me comentó: la verdad yo llevo algunos meses trabajando aquí, y nunca me han dicho nada claro acerca de ello. Pero pues ya sabes que de todo se entera uno. La otra vez, platicando con Julián (mensajero), este me comentó que esas personas a las que nosotras investigamos son católicos o cristianos o testigos o cualquier otra religión que no sea judía. Al parecer esta información se manda a las oficinas de Gobierno, las cuales mandan buscar a las personas y las llevan con mentiras a campos de exterminio. 

          No lo podía creer. Solo me venía a la mente mi familia y todo lo que le podría ocurrir. Ya no quería ni trabajar para esta empresa al saber a lo que se dedicaba. Ya tenía más de un mes trabajando para ellos y ayudando a eliminar gente.  Ahora recordaba las palabras de Santiago: “Espero que juntos podamos eliminar aquello que tanto nos estorba”. Él se refería a los no judíos. 

          Me sentía aterrada. Con un presentimiento de que todo podía ocurrir. No quería ni pensar el día que nos sorprendieran. Ocultando nuestra verdadera identidad, infiltrándonos en un nuevo estado con personas judías, a pesar de la extrema situación en que nos encontrábamos a razón de aquella nueva ley. Seguí trabajando toda la jornada. Salí del trabajo, alrededor de las 20 horas. Iba a casa de Francisco, pues aún no podía rentar casa por los papeles que pedían. Todo el camino pensé qué opciones tendría por si algo pasaba, sí encontraban a mi abuela o todo se salía de control.
        Al llegar a mi casa tenía un mal presentimiento, algo que me hacía dudar de entrar. Justo al abrir la puerta de la casa noté expresiones de angustia y desesperación en la familia de Francisco. Yo pregunté: "¿Qué pasó? ¿Quién se murió". Ellos temerosos, solo respondieron: “Se llevaron a tu abuela y madre”.

lunes, 7 de noviembre de 2011

La lista

 (Final, sexta entrada)
Después de todo el día en la calle en búsqueda de trabajo, llegué exhausta a la casa.

En ella me esperaba mi mamá y abuela ansiosas de la noticia que les llevaría, pues  tenían toda su esperanza en que yo pudiera llevar los gastos de la casa.
Platiqué con ellas y les conté todo lo que había sucedido en el día.  Ya sabían que tenía trabajo. Pero de todas las preguntas que me hicieron solo me limité a contestar: “sí, ya tengo trabajo”.

Ya por la noche, seguía la frase de Santiago en mi cabeza. Había conseguido trabajo y eso me alegraba mucho. Mas no sabía qué tipo de empresa era o hacia qué rama se especializaba.
Esto me tenía un tanto angustiada, pues aunque ya trabajaba, no sabía sobre qué sería.  Tuve que sacar un poco esto de mi mente, ya que mi familia estaba demasiado contenta con la noticia para que notaran esta preocupación en mi rostro.

Casi a la media noche llegó Francisco, cuando ya todos dormían.  Yo lo estaba esperando porque quería platicar con él. Que me informara si sabía algo relacionado con aquella oficina, pues la necesidad de encontrar un trabajo que pudiera ayudarme con esta situación no me hizo percatarme del giro.
Platicando con Paco me dijo que no sabía mucho, pues el nombre “INVEST” no le era familiar.
Por lo pronto quedábamos en lo mismo, sin saber a qué se dedicaba la empresa.
Ya se había hecho de noche y nos fuimos a descansar. Mañana sería un día diferente y tendría que estar totalmente despierta y activa para empezar bien en mi nuevo trabajo.

Al día siguiente me alisté para irme a trabajar. Francisco me acompañó hasta la oficina para conocer la zona o darse una idea acerca del lugar.
Al entrar, Sofía ya estaba ahí arreglando unos papeles. Me dijo que Santiago me esperaba en su oficina, que pasara.
Yo dejé mi bolso en el escritorio que se me había asignado y fui con una pluma y una libreta.
Al llegar, él estaba con una expresión seria. Me pidió que me sentara y me dio una lista. 
Lo que tenía que hacer era: investigar el domicilio actual de las personas de la lista, saber su ascendencia y descendencia, conocer sus amistades y lugares que frecuentaba.
Era una lista aproximadamente de 30 o 40 personas para realizar dicha investigación.
Al escuchar esto me sorprendí, pues no era normal investigar a estas personas solo porque sí.
Pero al preguntarle a Santiago el por qué haríamos esto. El solamente contestó con un tono de voz imponente: “Tú solo hazlo”.


 e trabajo. y  en busqueda