domingo, 13 de noviembre de 2011

Un trabajo sucio

 (Final, Séptima entrada)

Salí de la oficina de Santiago para dirigirme a mi escritorio y realizar la tarea que me habían encargado.  Era una lista extensa, y en ella se encontraban demasiadas personas que no logré identificar con un simple vistazo. Me puse a buscar persona por persona en cualquier medio: redes sociales, páginas del Gobierno, internet, conocidos, etcétera.

          De pronto me encontré con que una de esas personas era mi abuela. Me quedé atónita por un instante, sin saber qué hacer. Yo tenía que brindar información acerca de mi abuela sin saber qué pasaría. Tampoco podía preguntarle directamente a Sofía, pues se  vería muy sospechoso. Omití el nombre y seguí la investigación de los demás; sin embargo, eso no se alejaba de mi mente. ¿Por qué tendría que estar mi abuela en esta investigación? Traté de postergar la investigación y simplemente entregué el trabajo sin incluir a mi abuela. Pasaron semanas así, en los que me dejaban investigar personas, y aunque no era difícil el trabajo, sí me extrañaba el realizarlas sin conocer el motivo. 

          Ya no podía más con esta pregunta y platiqué con Sofía acerca del tema. ¿Por qué nos ponían a investigar personas sin darnos algún motivo? Ella muy temerosa me comentó: la verdad yo llevo algunos meses trabajando aquí, y nunca me han dicho nada claro acerca de ello. Pero pues ya sabes que de todo se entera uno. La otra vez, platicando con Julián (mensajero), este me comentó que esas personas a las que nosotras investigamos son católicos o cristianos o testigos o cualquier otra religión que no sea judía. Al parecer esta información se manda a las oficinas de Gobierno, las cuales mandan buscar a las personas y las llevan con mentiras a campos de exterminio. 

          No lo podía creer. Solo me venía a la mente mi familia y todo lo que le podría ocurrir. Ya no quería ni trabajar para esta empresa al saber a lo que se dedicaba. Ya tenía más de un mes trabajando para ellos y ayudando a eliminar gente.  Ahora recordaba las palabras de Santiago: “Espero que juntos podamos eliminar aquello que tanto nos estorba”. Él se refería a los no judíos. 

          Me sentía aterrada. Con un presentimiento de que todo podía ocurrir. No quería ni pensar el día que nos sorprendieran. Ocultando nuestra verdadera identidad, infiltrándonos en un nuevo estado con personas judías, a pesar de la extrema situación en que nos encontrábamos a razón de aquella nueva ley. Seguí trabajando toda la jornada. Salí del trabajo, alrededor de las 20 horas. Iba a casa de Francisco, pues aún no podía rentar casa por los papeles que pedían. Todo el camino pensé qué opciones tendría por si algo pasaba, sí encontraban a mi abuela o todo se salía de control.
        Al llegar a mi casa tenía un mal presentimiento, algo que me hacía dudar de entrar. Justo al abrir la puerta de la casa noté expresiones de angustia y desesperación en la familia de Francisco. Yo pregunté: "¿Qué pasó? ¿Quién se murió". Ellos temerosos, solo respondieron: “Se llevaron a tu abuela y madre”.

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